lunes, 14 de diciembre de 2015

El Sentimiento de la Vista, de Miguel Casado






Un momento antes del final,
un momento más tarde incluso
de que el final ya hubiera
comenzado, sentía que le era posible
resistir un poco más, sólo un poco
y luego ver, y anticipaba las formas
materiales de esa prórroga –alguna
tarea concreta, alguien a quien
llamar o que vendría– ; pero después
sólo fue prórroga el momento
ese cuando la imaginaba. Qué sustancia
la de imaginar, la misma
que suele darse a través de los años,
tan ajena a cualquier hecho, tan libres
estos de como se los conciba.


Miguel Casado


Cualquier poema, incluso el más temprano de un adolescente, se ubica en ese tiempo: un momento antes del final, un momento más tarde incluso de que el final ya haya comenzado. Porque, desde el principio, a lo que nos enfrentamos es al final. Estos versos de Miguel Casado se refieren a una muerte individual, una muerte que para el poeta tiene nombre y apellidos, pero salvaguardan al lector de la muerte concreta para incidir en la vida, que es donde tiene su espacio el poema. Un momento antes del final. Un final ya comenzado, desarrollándose en el tiempo, prolongándose –¿prorrogándose?– en un movimiento cuya terminación, por inevitable, es trágica. Pero ahí también la incertidumbre del tiempo, su indefinición, cuando es tocado por esa radical humanidad que lo destierra del árido reloj para alojarlo en el calor de un pecho, a veces como se alojaría en él una bala. ¿Qué sabemos de la dimensión del tiempo, cómo mensurarlo, quién es capaz de asegurar que un minuto no es superior a un año cuando su intensidad lo hace más profundo?

Resistir un poco más, sólo un poco, y luego ver. Quizá sea esa la más aproximada definición del poema, supuesto que eso sea posible: la resistencia del ser desde el bastión de la mirada. Por eso mismo, el poema no es el verso, el poema es algo más que la palabra, el poema radica en la visión. La mirada única, insustituible, de cada persona, haciendo suyo el tiempo y el espacio por primera vez aunque se haya hecho millones de veces antes porque para cada uno sólo existe una única vez. Por ese motivo no es poeta quien escribe, sino quien mira, quien sabe afinar el sentimiento –sí, sentimiento– de la vista. Y no hablamos de los ojos. No sólo. ¡Qué sustancia la de imaginar! Esa sustancia que forma parte indisociable de la mirada, que le da su integridad y la hace completa.

Y nosotros, durante, a través de, un momento antes del final –todavía es posible– , tan libres.

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