París era un manojo de pinceles
empastando de luz el pensamiento,
un estallido de color violento,
amalgama de besos y doseles,
de lujo desbordando los hoteles,
mil calles desplegadas por el viento,
un ordenado desfilar, muy lento,
de tejados, aceras, capiteles.
Y aunque al frente, del alba hasta el ocaso
burbujeara París ardiente, inquieto,
fue bromuro de plata y se hizo historia:
porque todo detrás, a nuestro paso,
iba quedando en blanco y negro y quieto,
fijo ya para siempre en la memoria.
C. I
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