jueves, 1 de enero de 2015

Carta de Año Nuevo, de W.H. Auden.




BAJO EL PESO FAMILIAR
del invierno, el Estado y la conciencia,
en irregulares filas de alegría,
amor, lenguaje, soledad y miedo,
hacia los hábitos del año nuevo
fluye la gente por las calles
cantando al caminar, o suspirando:
exalté, piano o con dudas,
nuestras reflexiones giran todas
sobre una norma común meditativa,
Austeridad, Reforma, Sacrificio.

(...)

Oh Unicornio entre los cedros
hacia quien ningún encantamiento nos conduce,
blanca infancia evaporándose en suspiro
a través de frondosos bosques, intactos
en tu inocencia refinada,
para invitar a bailar a tu amor verdadero,
oh Paloma de luz y ciencia
posada en las ramas de la noche,
oh Ichtus jugando en las profundas
simas marinas que custodian para siempre
ocultos sus secretos de entusiasmo,
oh Viento repentino que soplas desatado
partiendo el juncal en dos, oh Voz
en el laberinto de la decisión
que sólo el oído atento escucha,
oh reloj y Guardián de los años,
fuente de justicia y de descanso,
quando non fuerit, non est,
ser sin imagen, paradigma
de materia, movimiento, tiempo, número,
la grieta sonriente del Infierno, la colina
de Venus y las escaleras de la Voluntad,
perturba nuestra negligencia y frialdad,
redime nuestro orgullo de la ofensa
que proyecta en todo, aun en la penitencia,
instrúyenos en el arte civil
de construir con este corazón de barro
una ciudad y un desierto en donde
los pensamientos que deben habitarlos
encuentren su paz y sus raíces
y libertad los sentimientos reprimidos,
envíanos fuerza suficiente para cada día
y señala el camino para nuestra Sabiduría,
o da quod iubes, Domine.

(W. H. Auden, traducción. C. I)

A principios de 1940, con la Segunda Guerra Mundial convulsionando Europa y recién establecido en Estados Unidos, un Auden expatriado, convulsionado también interiormente por una fuerte crisis espiritual que determina su conversión al anglo-catolicismo, escribe en forma de carta a una amiga un largo poema meditativo en el que tiemblan esos sentimientos de amor, soledad, alegría y miedo que todo comienzo -unido necesariamente a un final- trae consigo y que cada uno de nosotros experimenta siempre en el umbral de un año nuevo, que nos lanza hacia la esperanza, sí, pero también hacia lo desconocido. En medio de esta incertidumbre las tradiciones, los ritos, las supersticiones, los deseos elevados con intensidad a un algo o un alguien que parece situarse por encima de nuestra fragilidad, tratan de anclarnos a un terreno firme y ganarnos esa seguridad que, en cualquier caso, parece anunciarse como herencia pero que nunca adquirimos como patrimonio propio. 

Quizá por estos motivos esta mañana, mi mano, deslizándose sobre los lomos de los libros de mi biblioteca se ha detenido sobre el ejemplar de Carta de Año Nuevo, publicada por Pre-Textos en traducción de Gabriel Insausti. La suya es una traducción excepcional, flexible a la creación propia sin traicionar el sentido original, capaz de conservar en castellano el efecto que produce en el lector inglés el metro mecánico, artesanal y hasta ripioso de este poema reflexivo y, podríamos decir, carente de lirismo en su tono general. Mi traducción es inferior en todos los sentidos, y pido disculpas por ella (como por todas las mías), pero al ser propia puedo disponer de los derechos.

He seleccionado dos fragmentos, el comienzo y casi el final del poema –una excepción a esa ausencia de lirismo que señalábamos– tratando de evitar las referencias particulares que podrían alejarlo del propósito que publicarlo en un día como hoy persigue. Quizá en la primera estrofa nos reconozcamos todos. En la parte final, sin embargo, la meditación adquiere carácter de clímax en esa invocación que la fragilidad de Auden resuelve en favor un Dios todopoderoso pero que a la vez se percibe como íntimo y que, quizá por eso, es capaz de arrancar del poeta una sumisión cargada de afectividad, casi de ternura, con la que culmina en amor el árido camino del intelecto.

Por último, y sólo como apunte, quisiera señalar que en el último verso de la primera estrofa la palabra Retrenchment, que yo había traducido como "Restricción" y que por sugerencia de Ricardo Pochtar he sustituido –mejorando así el texto– por "Austeridad", tendría quizá una mejor lectura como "Recorte", en el sentido de economizar en gastos. El impulso de utilizarla, dadas las circunstancias actuales, ha sido grande; pero he preferido resistir la tentación en favor de una versión más intemporal. El lector, sin embargo, es libre de llenar el poema con la lectura que estime mejor. 

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