jueves, 22 de enero de 2015

Poemas Metálicos, de Subhro Bandopadhyay




I

En este deslumbrante poemario, escrito originariamente en bengalí y traducido (tengo la sensación de que más bien reescrito) al español por el mismo poeta, asistimos a una lucha interior entre dos gramáticas, entre dos sintaxis que no son sino el enfrentamiento, o con mayor propiedad el confrontamiento, de un hombre consigo mismo. Lo metálico se revela como una cualidad del sonido, también del tacto, que resuena y que atraviesa las páginas, y en cuyo eco los filos y los cuchillos –incluso como metáfora del cielo, como experiencia del hiriente borde del papel– son seguidos por una sal que se esparce para cauterizar las heridas que provocan.

La creación poética de Bandopadhyay, porque es auténtica, no consiste en una simple y fácil transcripción de la realidad, y mucho menos de esa realidad interior sobre la que tan fácil resulta mentir o mentirse. Hay aquí una lucha con la palabra, una ruptura y una recreación destinada a nombrar la realidad íntima que no existe en ningún otro lugar fuera de nosotros mismos. Los Poemas Metálicos se escriben con absoluta libertad creativa. No rompen la sintaxis. No necesitan hacerlo. La manejan a voluntad, flexionando la estructura lingüística, incidiéndola, sometiéndola de forma natural al dominio de imágenes personales, íntimas y brillantes en su expresión. Porque no es la sintaxis: es la realidad la que queda alterada, adaptada a una verdad interior. El nombre no permanece "en ningún lado/ sólo la presencia". Ese es el logro de una poética que concibe la palabra como el cuerpo mortal, el aliento, de una esencia que puede encarnarse en cualquier idioma.

II

Un poeta hindú, un inmigrante llegado desde muy lejos, camina por las calles de Madrid. Ante nosotros se despliega una visión poética penetrada de sentidos, de sensaciones que hacen que el cuerpo "se vuelva incandescente". Pero la larga distancia sólo ha sido recorrida para llegar hasta uno mismo, porque quien domina el idioma de su lugar de destino con tanta maestría jamás puede ser un extranjero en él. Así pues, empuñando el extrañamiento de la mirada como una de las más formidables armas poéticas, Bandopadhyay recorre un Madrid que no es Madrid, sino uno de los infinitos Madrides que demuestran que todo lugar tiene su cimiento en el paso móvil, fugaz, de cada transeúnte. Desde lo concreto, la Poesía se abre a la totalidad, busca el pálpito, el cuerpo, pero también el humo y la niebla. El mundo exige lírica para que la vida sea plena y la experiencia absoluta, pero el poeta, callejeando, una variante de odisea no menos épica, teme que la poesía pueda desaparecer rechazada por el mundo. Sorprende hallar esta coincidencia de visión, de temblor, con Antonio Méndez Rubio (tan lejos en el espacio y en el origen, pero ya sabemos que no en el idioma, o no tanto), quien en su ensayo Poesía en Tiempos Sombríos nos advierte de que allí donde el mundo avanza sin poesía, ésta aprende a ofrecerse como poesía sin mundo. Puede que ambos estén en lo cierto respecto de esa resistencia, y su temor, casi certeza, es el nuestro: atravesando calles pobladas de acrílicos y pinturas, tiendas de baratijas, dvd piratas, discotecas y madrugadas, incluso monasterios budistas, nos detendremos ante la estatua de bronce de un poeta cercada por esperas de hierro. Y "la lengua tiende una cortina leve hacia la sed".

III

Esa concentración en la esencia, capaz de habitar en el lenguaje cuerpos distintos (aunque no de igual modo y precisamente por eso), hace que Bandopadhyay sople formas de cristal para contener en ellas los pronombres. Ese perfil quebradizo es su modo de luchar contra el hierro de las esperas, contra el acero de la lluvia, contra el metal del cielo. En la última parte del poemario persiste la lucha con la gramática, es decir, consigo mismo, con los movimientos que ahora son envueltos por las palabras de un idioma distinto, es decir, con la forma distinta de ser uno mismo, inducido hacia la lengua desconocida mientras la propia se desvanece hacia la invisibilidad, es decir, mientras uno mismo se desvanece abriéndose hacia lo desconocido, hacia la totalidad, balbuceando aquello que todavía no puede ser expresado en la nueva lengua, avanzando por espacios donde "la gramática conocida es una derrota" y el poeta no está dispuesto a dejarse vencer, es decir, es mucho decir, siempre es decir. Un elemento de cada poema salta al siguiente, encadenándolos así sutilmente por conceptos, por variaciones en la emoción y en las percepciones. Y es un encadenamiento más poderoso que la rima. Quizá el encadenamiento que conduce de uno mismo a uno mismo, desde uno mismo hacia los otros.

Poemas Metálicos (Amargord, 2013)

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