domingo, 20 de noviembre de 2022

 

 

I

Greenwich, libro con el que Pablo Luque obtuvo el premio de poesía Kutxa Ciudad de Irún en su edición de 2021, es, como su título indica, un meridiano: su estructura viene atravesada por un eje que es, a la vez, signo y símbolo, y por el que nos trasladamos a través del tiempo siguiendo el tránsito de la luz. Un tiempo acotado y breve, el espacio de un día; pero comprendemos que eso, también, es un símbolo, uno que evoca en nuestra mente la definición de los seres humanos que, desde la Biblia y hasta ahora, resuena en la poesía: seres de un día. Es lo que somos. Greenwich se enmarca en la tradición de los libros que dan testimonio de un viaje, y si bien la luz se mueve geográficamente, queda de manifiesto en el poemario que tiene un desplazamiento interior más acusado si cabe. El propio título, decíamos, supone ya una guía, y el autor nos proporciona claves de lectura tanto en el prólogo como en el epílogo; sin embargo, recomiendo acometer la lectura dejando para el final estos desvelamientos, no tanto con el fin de gozar de una sorpresa, como de ejercitar la labor esencialmente lectora, que es una labor de descubrimiento. No obstante, sé que no revelo nada en contra de mi propio consejo si avanzo que muchas de estas claves se hallan en las referencias y citas que contienen los poemas y que atraviesan los textos con metalecturas que enriquecen, que dan profundidad, que vinculan los textos con una tradición. Así, por ejemplo, la cierva del salmo que busca las corrientes de agua pura; la novia que encuentra la alheña en el ramo de Engadí; el punto medio en el camino de la vida; el báculo de Jacob.

II

6:55 de la mañana. El arranque poético tiene fuerza: la belleza que el mundo nos ofrece al abrir los ojos y que es capaz de despertar en nosotros el instinto básico de poseerla, de extender hacia ella la mano en un impulso de supervivencia, es solo un trasunto que deja insatisfecho: despojos, colores no absorbidos, "sobras de la luz/ en su tropiezo con las cosas". A continuación afrontaremos con Luque el contraste que se produce entre el mundo artificial remedado por el hombre  -botones, rectángulos cromados, aparcamientos- y el mundo natural -el rumor de los gorriones en la acera-, pero los descubriremos unidos por un puente, que es el acompañamiento, ese espacio en el que habita el amor, siempre en tránsito entre dos orillas. Y en la medida en la que todo poemario es una mano tendida al acompañamiento del lector, hay en él un ejercicio de amor.

Desde este despertar, y con ese acompañamiento (hay otros posibles, pero están en otros autores y en otros libros), por medio de la alternancia entre poemas breves, de métrica contenida, con poemas más narrativos en versículos, que en ocasiones desembocan abiertamente en la prosa, acompañaremos al autor por un mundo en el que lo hermoso, por ser hermoso, no deja de infligir dolor, especialmente por sus carencias o sus pérdidas ("es blanco el día/ y duele"); y en el que el amor, por supuesto, no excluye la presencia de otros sentimientos como el escalofrío o la rabia: es más, podríamos decir que su victoria, la del amor, radica en conseguir integrarlas en sí. Así, el recorrido que traza el poemario es el de la mirada sobre las cosas, imprimiendo un sentido a lo contemplado, interiorizándolo hasta metabolizarlo en el propio ser. Pero además, la experiencia del autor se abre también en un amplio recorrido geográfico que abarca el planeta entero y por el que se desplazan los poemas, completando el recurso del tránsito: Madrid, Malmoe, Rangali, Nueva Jersey...

16:30 p.m. Alcanzando el punto álgido de la tarde,"diadema de la luz", encontramos la cruz bajo la alegoría del árbol. Es una hora fijada en la historia, y un símbolo, o una prefiguración si se quiere, fijada en la literatura. Encontrar ese árbol, nos dice, transparenta casi todo el bosque. Solo por medio de ese símbolo podemos residenciar la paradoja por la que algo, a un tiempo,  constituye travesaño en la que se está clavado y rama desde la que se alza el vuelo. 

16:45. Apenas un poco más adelante encontramos el pozo, que entronca con ese pozo claustral que nuestros antepasados erigieron en símbolo de la unión entre el cielo y la tierra en otra suerte de eje, este vertical y ascendente. Imagen acertada, pues tiene el pozo un núcleo transparente, que es ese agua en la que en la profundidad se refleja la altura del cielo y, si nos asomamos, nuestro propio rostro. 

 III

El poeta se halla in mezzo del camin de sua vita, en medio del camino de su vida (vemos aquí otro vínculo con la tradición), y algunas pérdidas ya comienzan a producirse inevitablemente. Y lo que ensaya a decir desde ese punto en el que alcanza a contemplar un territorio que puede llamar propio, es que lo que preside el recorrido es el misterio. "¿Cuándo contemplaré el rostro del misterio?", exclama en un verso anhelante, contradictorio acaso, por lo que supone de destrucción de lo que conforma la esencia del misterio, pues no puede ser desvelado sin perder su naturaleza. Tendemos a identificar la contemplación con la serenidad, yo por lo menos lo hago y, aún más, tiendo a ello como ideal; pero aquí, y eso es algo que llama la atención, el poeta no se limita a compartir con nosotros el fruto de esa contemplación, sino que nos entrega descarnadamente su proceso como el de un ser  herido por todas las pasiones y postrado por todas las debilidades. Así, por ejemplo, en uno de los poemas en los que, con el ansia de la cierva que clama por las corrientes de agua limpia, vemos encenderse el dolor, el ansia extrema, el odio o la cólera, y descubrimos "agujeros en los sedientos labios", "manos y uñas escarbando" en la tierra, "la iracunda cuchilla de la angustia". Por todo esto, la Poesía se revela como la forma idónea de expresar el amor: porque en un mundo en el que todo es misterio (digamos que el poeta no pretende tener la clave de nada, aunque maneja sus códigos) lo que se ama se encarna en signos que no le pertenecen y que necesitan ser pronunciados.



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