lunes, 24 de mayo de 2021

"Cuerpos de Cristo", de Antonio Praena

 

I

Ya desde el título, este poemario arranca con una fuerza expresiva que no lo abandona hasta el final y que hace que el lector lo cierre con un escalofrío de emoción. Es Praena un poeta de corte clásico en la forma, pero en absoluto clasicista: su verso, de línea clara por utilizar el término gráfico del dibujo que también ha sido aplicado con frecuencia a la poesía, de ritmo marcado y de un cuidado metro de libre combinación, de tono conversacional a la vez que meditativo, le sirve de vehículo para una reflexión de hondo calado teológico expuesto a través de poderosas imágenes que se apartan de lo conocido y de lo esperado, medios a través de los cuales se opera una apertura del corazón que es plenamente moderna, por intemporal y por desgarradoramente sincera. En estos poemas encontraremos los selfis, o la oficina de cáritas parroquial, conviviendo con el obispo Braulio de Zaragoza, con el concilio de Éfeso o con el abrazo hipostático; la metadona del drogadicto terminal o la intubación del moribundo en UCI, con las flores del espino blanco, o con las llagas de Cristo, o con la Grecia que muestra su espejismo clásico al otro lado del mar.

II

Antonio Praena es un poeta consagrado, indispensable en el panorama poético en lengua española, que ha obtenido algunos de los más reconocidos premios: el Gil de Biedma, el Tiflos o el Emilio Alarcos, con el que acaba de ser distinguido este poemario último que ahora nos ocupa, por citar algunos. En mi opinión, el autor representa, en una línea muy visible de la creación contemporánea, una apuesta por la trascendencia que quizá sea su característica más destacada. Su forma de llevar el poema al texto –podríamos hablar de cualquiera de sus libros: Historia de un alma, Actos de Amor, Yo he querido ser grúa muchas veces– arranca de una emoción y toma cuerpo siempre con el trasfondo de un infinito pleno de sentido, con la sólida musculatura filosófica del profesor de teología que no evita, sino que recurre con naturalidad, a los términos y a los métodos de su ciencia filosófica. Es ahí donde el autor, con plena confianza, imprime ese sello personal que no le importa presionar a fondo. Estoy convencido de que cualquier lector que se acerque a los poemas de Praena recibe el impacto emocional con el que estos nacen, independientemente de las creencias, o descreencias personales, que se profesen, porque el territorio del dolor y del amor es común para todos; pero desde el espacio compartido de la misma fe, cuando eso sucede, la belleza, el temblor de la emoción, adquieren una dimensión distinta.  

III

El poemario se escinde en dos partes: Vosotros y Ecce Homo. Esta última, una referencia explícita al dolor de la muerte –a la muerte con dolor–, pero también a la esperanza de la Resurrección, está dedicada a un entrañable amigo fallecido en la pandemia de covid, compañero del autor en el sacerdocio. La primera sección, por su parte, integrada en el conjunto que conforma el poemario por la fuerza de atracción de ese ecce homo que se muestra desvalido ante nosotros, constituye un desfile de personas –de unos "otros", de un "vosotros"– que son importantes para el poeta, muchos de los cuales ya se han ido o ni siquiera han llegado a ser conocidos nunca por este, a causa del tiempo o la distancia. Como los estudiantes mexicanos desaparecidos en Ayotzinapa, por ejemplo, merecedores de un durísimo e impactante poema cuyo final rompe nuestros esquemas mentales de falsa distancia. Porque estos versos conforman el testimonio de un hombre que ha elegido vivir su existencia en la entrega de sí mismo, sabiéndose no tanto un personaje protagonista de su propia historia, como un actor secundario en la vida de los demás; lo cual supone, me parece, una oportuna enseñanza porque muestra la verdad desde un ángulo poco frecuentado. Ambas partes del poemario se cohesionan en una sólida unidad temática y de sentimiento.

IV

Cuerpos de Cristo es un poemario erigido, pues, sobre el dolor de la pérdida, pero es al mismo tiempo un cántico de gratitud y hasta, me atrevería a decir, de alabanza. Ya en el primer poema se expresa el convencimiento de que cualquier pequeño acto nuestro de entrega es un acto creador, de proyección inmensa y desconocida en las vidas de los demás, y de que por esa razón "existen en la tierra algunos justos/ que sostienen la tierra". Pero ese hueco que deja la ausencia de los justos a los que amamos, al tiempo que inaugura un vacío, "permanece en lo abierto" como un dintel que se constituye en "servidumbre de paso/ del cielo en que se funda". Es extraordinaria, y esperanzadora, la idea que expresan estos versos que conmueven a la reflexión. Así pues, el poeta es consciente de que tras la pérdida del ser querido lo que debe iniciar es un diálogo consigo mismo con el que aprender a dejar partir, una lucha por heredar la alegría que le lega la existencia de los seres amados. El muerto, nos dice tanto el poeta como el teólogo, es indiferente para la tierra y para la lluvia; pero su vida es semilla, que fructifica en la tierra, bajo la lluvia. Vivir es, sí, una lucha en la que hay afrontar el dolor, y la fealdad, y la miseria, pero entre tantas llamadas y ante tantas posibilidades –de abandono, de error, de derrota– "elegí la belleza,/ su forma de abrazar igual que abraza/ la luz todas las cosas de este mundo que están rotas". Y la forma escogida para observar el mundo desde la belleza es ese punto de vista sub especie aeternitatis en el que se tiene la certeza de que "los tiempos venideros han prescrito", de que "vivo o muerto,/ ocurra lo que ocurra/ (...) lo que haya de venir ya ha sucedido".

V

Sub especie aeternitatis, bajo la perspectiva de la eternidad, donde este libro encuentra su verdadero significado, sabemos que cualquier acto nuestro de entrega tiene un valor y una proyección inmensos en las vidas de los demás. La gran fuerza del título reside en el hecho de que este no resulta inocuo, de que nos golpea con fuerza porque intuimos lo que se oculta tras él y de qué manera nos compromete. Así, el libro se encabeza con una cita evangélica de San Mateo que constituye un pilar fundamental de la enseñanza de Jesús: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo habéis hecho". Hemos de ver en cada persona, pues, al  mismo Cristo, que de forma misteriosa pero real está presente en el prójimo. Podemos salvarlo o crucificarlo de nuevo. Es así como la redención sigue operando en la historia; y es también de esta manera como podemos completar en nuestro propio cuerpo lo que falta a la Pasión de Cristo, plena en sí misma, pero que necesita de la aceptación que procede de la libertad. 

A un corazón como el mío

le conviene caminar con espinas.

No sabe del amor quien sale indemne

de la carne del otro.

Quien no ha sido dolor para sí mismo

de este mundo se marcha sin un trozo de él

incrustado en su centro.



 

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