Hoy se cumplen 10 años del peor atentado terrorista de la historia de España. El pasado domingo, Antonio Lucas escribía en Crónica (El Mundo) sobre el hueco de la cultura en torno a este hecho traumático, la falta de respuesta del arte y de la literatura, salvo contadas excepciones, a una conmoción colectiva. Lo que dice es totalmente cierto, y Onda Expansiva -publicado por Amargord en 2012 y que él olvida entre sus citas- es una de esas excepciones, una obra conmovedora y de enorme altura literaria.
La compasión significa padecer con, sufrir con los otros, compartir el dolor. Pedro Provencio da un paso más allá, y con su poesía rompe el límite de la identidad propia para transformarse en todas y cada una de las víctimas, intentando asumir el dolor desde adentro, desde lo más profundo. Su personalidad estalla, se atomiza, se desintegra. Cada poema es emitido desde la voz de una víctima, con nombre, con apellidos, con fechas de nacimiento y de muerte, con nacionalidad. Desde los primeros y estremecedores versos, puestos en la boca ya imposible de Eva Belén Abad Quijada ("Arpista, pon tus manos/ sobre los huesos de mi cara./ Busca la música"), un autor que desaparece en la explosión va en busca de la música que debieron escribir otros para intentar devolverles la voz que les fue arrebatada de forma miserable, para expandir esas voces como metralla en nuestras conciencias y en nuestra memoria.
Este poemario es un monumento, tanto en el sentido latino de tumba, como en el castellano de obra que se erige en memoria de algo. Solo que bajo las tapas de Onda Expansiva yacen sepultadas las voces, los espíritus que perviven, y no los cuerpos destrozados. Podemos abrir esas tapas. Hoy. Siempre. Sería nuestro mejor homenaje.
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