En la Pizarra de la Noche se escriben destellos de claridad. Por ese motivo, el verso con el que el poeta argentino Ricardo Pochtar titula este volumen, un verso que trae conscientemente resonancias de otros poetas -puesto que toda noche se inserta en una tradición- es un magnífico pórtico que nos invita a ser traspasado para darnos entrada a la contemplación. Y por ese motivo, al hacerlo, penetramos en una luminosidad y no en el abismo que la circunda. O en muchas y fugaces luminosidades. La transparencia de estos poemas, que se abren como espacios en medio de una materia oscura, los hace perfectos para el paso de la luz a su través. Su brevedad es sólo aparente, porque no acaban con la lectura y lo que eluden en extensión lo transforman en profundidad.
Al abrir sus páginas, al avanzar por ellas con la cadencia de calma que imprimen en el lector, tenemos la sensación de asomarnos, no a un discurso que impone una forma de mirar, sino a un diálogo del poeta consigo mismo, con su perplejidad, con su fascinación, de ser invitados a una intimidad y hacernos partícipes de ella aunque algunas claves y motivos queden en el silencio porque quien escribe no necesita revelárselos a sí mismo. Y compartir este espacio íntimo al que se nos invita es un privilegio porque la mirada de Ricardo Pochtar imprime, en todo aquello sobre lo que se detiene, un sello transformador y personal que nos enriquece, que nos desvela matices ocultos, fusionando pensamiento y sensibilidad; en ocasiones, también un giro de ironía que a pesar de poner una nota de distancia, un acento de humor sutil, deja intacto el lirismo que subyace. Puede que el impulso de escribir estos hondos asombros de la contemplación de lo cotidiano, de lo que aparentemente carece de brillo o de grandeza, radique en que el testimonio es necesario ya que "ningún dios entraría en esos detalles".
Pero decíamos que junto con la emoción, Ricardo Pochtar nos aporta la profundidad del pensamiento. Así, los juegos entre existencia e inexistencia -ese terreno dudoso- entre olvido y recuerdo, entre realidad y lenguaje, producen un cruce de reflejos, una incidencia de la luz en un prisma que la descompone extrayendo de ella todas sus posibilidades, sus filos, sus matices. En la noche, Pochtar va escribiendo destellos de claridad capaces de atravesar enormes espacios y de perdurar en el tiempo. Es uno de los destinos más altos entre los muchos a los que está llamado el poema.
EN LA PIZARRA DE LA NOCHE
la mirada intenta captar
fosforescencias, destellos,
inciertos trazos del alba,
una primera luz
que todavía respira
de las sombras.
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