viernes, 18 de mayo de 2018

"No estábamos allí", de Jordi Doce




La realidad, aquello que sucede, el mundo mismo, sucede, existe, dentro de nosotros, y por ese motivo existe de tantas formas diferentes. No es que la realidad carezca de existencia autónoma, sino que ante una realidad que en sí misma es algo vacío y hasta carente de significado, somos nosotros quienes la dotamos de un sentido. "Cuando el mundo se convirtió en el mundo/ la luz brillaba como de costumbre/ sobre un reloj indiferente". Estos versos de Doce señalan, quizá, ese momento fundacional de nuestra vida en el que, sin que nada exterior cambie, tomamos conciencia de nuestra forma de estar presentes en el mundo, de la huella de significado que vamos a imprimir en nuestra personal biografía; y ese reloj indiferente contrapone, de algún modo, el tiempo mecánico y funcional  con el rico y metafísico tiempo humano, que discurre interiormente y con parámetros distintos. "Seguí viaje hacia la frontera de mí mismo", nos dice en otro momento, tras fijarse el ambiciosos objetivo de "ir allí donde nadie había estado nunca"; y comprendemos que el poemario que tenemos entre las manos se enmarca en la tradición del viaje dentro del viaje, del viaje interior que se produce como consecuencia de determinados viajes que, con toda su realidad material, adquieren la categoría de símbolos.

Jordi Doce es, además de poeta, un importante crítico y traductor que ha acercado al lector hispanohablante algunos de los poetas anglosajones contemporáneos más destacados, además de autores clásicos como puedan ser William Blake o, más cercanos a nuestros días, W. H. Auden y T. S. Elliot. Aunque quizá deberíamos decir, más propiamente, que en Jordi Doce la crítica y la traducción no son actividades añadidas, ni distintas, sino parte intrínseca de su forma de ser poeta. Así pues, en diálogo intenso con las corrientes poéticas internacionales, representa dentro de nuestras letras una vía poética menos transitada: aquella que partiendo de un yo que es también paradigma del nosotros, y tomando elementos de la realidad exterior a través de la memoria como herramientas poéticas interiores, realiza una introspección en busca de la condición propia, y de la condición humana, en un mundo que tiende a eliminar certezas y que se percibe como carente de unidad.

En "No estábamos allí" encontramos una poesía reflexiva que, con una cadencia lenta y apoyada más en el símbolo, en la personificación y en la metonimia que en la metáfora o en la comparación evidente, va deteniéndose en pequeños relatos, anécdotas u objetos insignificantes, al menos en apariencia (pero esa es una de las funciones de la poesía, desenmascarar la apariencia), para encuadernar los ecos con los que resuenan en la memoria alcanzando al lector con una emoción calmada y contenida. Una poesía en la que se suceden las preguntas que, al no esperar respuesta alguna, reverberan creando una particular sonoridad en el vacío. Una poesía en la que el destello del sol en un botón de hojalata, algo apenas perceptible, puede iluminar los recovecos de la memoria de forma deslumbrante. Porque frente a la luz mediterránea o mesetaria que habitualmente enarbolamos los poetas españoles encontramos en estas estas páginas, bañando el viaje que sirve de motivo al poemario, una luz septentrional, esa luz tenue y penumbrosa de un "sol que amanece como si se pusiera", esa "luz incompleta" que se entrelaza con la niebla y que contribuye, como un recurso estilístico de gran importancia, a decir lo que estos poemas tienen que decir ante el extrañamiento de un poeta que siente que quien habla es alguien, o algo, que viste sus ropas y habla en su nombre.

Y, de cuando en cuando, la disrupción de unas notas a pie de vida que carecen de enlace con nada que se haya dicho explícitamente pero que el lector percibe como anotaciones al hilo de esos ecos de la memoria, y por lo tanto, como poemas fragmentarios y autónomos. La realidad, una vez más, tal y como sucede en nuestro interior, seres en busca de una identidad. El viaje hacia el lugar al que solo podemos llegar cada uno de nosotros en solitario, por mucho que viajemos acompañados. Por este motivo, Doce puede decir con honda verdad que "habitamos el mismo territorio, pero mapas distintos", y eso es posiblemente lo más importante que el lector debe de tener en cuenta en el momento de encontrarse con el poeta, o quizá consigo mismo, en ese punto de intersección que es el libro.

1 comentario:

  1. Regalados por una amiga común, y ahora ya leídos, me he acercado a "Cuadernos de instantes" y a "Éxodo". Entre todos los autores que citas: Octavio Paz, Lord Byron, Keats, Leopardi - ¿Cómo olvidar la esperanza de Leopardi, la esperanza de los desengañados, en "La espera y la esperanza" de Pedro Laín Entralgo?- Yo, sin embargo, te veo más cercano, quizá no sea influjo literario y sí afinidad de visión, a Dionisio Ridruejo en el primero y a Benedetti en el segundo. Y este blog "La ventana encendida", ¿no será un guiño de aprecio a Luis Rosales?
    Enhorabuena por tus publicaciones. Un saludo.

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