En la estación fría, en un lugar habituado al calor más que
al frío, a la planicie más que a la montaña,
nació un niño en una cueva para salvar al mundo:
soplaba el viento como solo sopla en invierno en los desiertos: a la contra.
Para Él, todo resultaba enorme: el pecho de Su madre; el vaho
exhalado por los bueyes; Gaspar, Baltasar, Melchor –el equipo
de Magos, cuyos regalos se amontonaban en la puerta entreabierta.
Él no era sino un punto, y un punto era la estrella.
Penetrante, sin pestañeos, a través de pálidas, extraviadas
nubes, sobre el niño en el pesebre, desde muy lejos –
desde la profundidad del universo, desde su opuesto confín– la estrella
contemplaba el interior de la cueva. Y era esa la mirada del Padre.
Joseph Brodsky
Traducción: C. I
Original: aquí
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