Ir a Roma no es ir, sino volver
al lugar en que siempre hemos estado:
seno de mármoles, un cielo helado
que habitamos aún antes de nacer:
estar fuera del tiempo, sin ayer
sin mañana, escuchando el delicado
soplo del viento sobre el arbolado
y el rumor de los siglos al caer.
Rosa de piedra con olor a incienso,
mosaico de color, de luz, de aromas,
plaza anchurosa, iglesia, cielo intenso,
en ti dejo mis pasos, madre Roma,
y en ti mi corazón, blanco y extenso
como una desbandada de palomas.
C. I.
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